MENOS ÉXTASIS, MÁS BERLANGA


Me gusta reivindicar las cosas cuando se pasa de moda reivindicarlas, y aunque ahora se hable de CB como artista gráfico, digan lo que digan su talento era el musical ante todas las cosas. Pero, mira tú, en vez de hablar de Carlos prefiero hablar de mí. Y a quien no le guste, que se tire por una de las ventanas de su discoteca favorita.
 Han sido muchas horas compartidas entre Mr. Berlanga y yo durante muchos años (horas no físicas, horas espirituales) y eso tiene su precio. Muchas veces cerré las puertas de mi casa y de mi corazón a otros, y sólo a él le di permiso, vía satélite, o vía CD, para entrar en mi cabeza y decirme cosas a los oídos a través de unos auriculares que se hubieran mojado mucho si las lágrimas salieran por las orejas. Carlos Berlanga dijo tantas cosas por mí, tantas veces... “yo, que solo fui para ti paracetamol,... falsa, pero qué falsa, qué buena actriz...”. Los hombres... La infinita paradoja es que Carlos se preguntase “quién me querrá en el 2002”, todavía no doy crédito cuando oigo semejante frase, y para colmo de bienes cantada con esa voz grave y envolvente como un manto de terciopelo negro. O rojo. O blanco con grecas a lo Versace, o tipo Balenciaga, casi mejor. En el 2002 quien le quiso fue la muerte. Voz simple, fluida, autosuficiente, elegancia ni a la venta ni en alquiler, capaz de hacer de cualquier tipo de lenguaje puro estilo. Daba igual que hablase de poppers, herederas asesinas, universos paralelos o para lelos, Falcon Crest, brasiles y francias, flamingos, sinapismos, ofertas del supermercado, lujurias, mentiras, Leganés o San Blas, el vacío social, e-mails, camas, telas, pelas...
Hay algunas modernas que ahora que Carlos Berlanga ha dado la vuelta a la esquina,  van y averiguan que existía, como quien descubre que hay un país pequeñito en nosedónde con un nombre muy raro del que nunca habían oído hablar... Oich, qué fatiga.
Pero, bonit@s (la patética arroba bigeneracional), ¿de dónde os creíais que venía todo? Siempre hubo una primera, o unas primeras (la dudosa "a" femenizante); que fueron mucho más petardas que vosotras, más fashion que vosotras, más maricas, más orgullosas, más drama-queens, más cultas (eso desde luego) y más creativas (eso mucho más). Como las baratijas generacionales nostálgicas no me van, y a los de mi entorno menos, prefiero decirles a estas neomodernas... “qué pena, qué pena que no lo ves...”. Unas se pasan la vida hablando de las modas, las tendencias,  y de lo más...; mientras que otras pasan por la vida siendo esas cosas. Esa es la diferencia. No hay cosa más antigua y pasada de moda que una moderna. La palabra "moderno" no debería existir, porque en el fondo es un dar por hecho la existencia de un pasado y un futuro que no existen, y todo aquello que es moderno ya lleva en sí el sello del olvido o lo obsoleto. Intentando reivindicar el presente, lo que se consigue es justo el efecto contrario, convertirlo en descartable por etiquetación.
Violines. Para mí Carlos B. es violines orquestados para modelar unos arpegios decadentes que suben y bajan por la escala del glamour, acompañando a las bases musicales varias, las historias desengañadas, los desamores que de tan imposibles dan pereza y risa. Con él aprende uno que lo cotidiano puede ser tan efímero como imprescindible. Que lo profundo puede ser tan permanente como prescindible. Que los soufflés pueden ser eternos, pero las heridas puede que no. Y que al final sólo queda el reírse de todo, pero todo todo absolutamente todo, sentir otra vez el cuchillo que atraviesa nuestra mente, y yo que sé, pues pasar al amante siguiente. Por ejemplo. O convertirnos en arañas de cristal de estilo imperio.
Tanto amor...

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