A TORO PASADO



    "Si la tauromaquia es arte, el canibalismo es gastronomía"
Manuel Vicent


  La única -y seria- diferencia entre política patria y cotilleo patrio es que las consecuencias de ambos circos mediáticos son bien diferentes. Que Belén Esteban se saque un moco no pasa de anécdota rentable para Telecirco, pero si Oleguer Pujol se despierta mañana con nuevas diferencias por reivindicar, o ‘tita Espe’ se acuesta pasado con la liberal idea de privatizar el aire, las consecuencias pueden tardar años en ser corregidas, de ser posible. Queda claro que en el debate taurino los políticos nos van mezclando una vez más churras con merinas, o bragados con meanos. Históricamente, los estamentos gorrones intentan por todos los medios que la explicación del mundo y todas las circunstancias se rebajen hasta el punto de poder comprimirlo todo dentro de las limitaciones de su propia esfera para poder manejarlo todo.
     Y con lo de la ‘abolición sí’ o ‘abolición no’ nos la vuelven a colar, cada equis tiempo. Bendito el día que no dejemos que los políticos politiqueen la vida. El día que entendamos que cuando los de un lado sostengan en bloque una opinión y los del otro la contraria estamos ante el mismo diablo (que etimológicamente significa ‘lo que crea división y confunde’); entonces habremos entrado en la segunda Transición española. El ‘nosotros y ellos’ es pura podredumbre, el síntoma indiscutible del alejamiento de la realidad y la codicia ideológica, es decir, justo lo contrario del bien común. A los estamentos gorrones les interesa que vivamos en continua mentalidad futbolística, según la cual no se puede ser de dos equipos a la vez -a no ser que uno sea de Primera División y el otro de decimoquinta comarcal-. Quieren que todo en la vida pública sea dual, blindado, juego emocional, duelo identificador, conmigo o contra mí, es la puñetera cultura del "enemigo" que hemos heredado de las Guerras Civiles, y que muchos depravados/as aún se empeñan en refrescar diariamente. Así, con la mente llena de tumores ideológicos, hemos llegado al punto de que una ley aprobada por un parlamento democrático (cuando lo hizo el Parlamento catalán) se convirtió en objeto de legitimación del nacionalismo españolista o catalán, lo cual es una vergüenza -ahora sí- nacional. Lo han hecho: todo el debate real -si se hace o no una excepción respecto a las leyes que de facto prohíben el maltrato animal en España- se fue al garete, y hemos acabado haciendo tonterías como poner en duda la legitimidad de los parlamentos y los juzgados, calificando a Pilar Rahola de esto y de lo otro, o condenando al patíbulo moral a los que dicen “que vivan los toros” (aunque sea muertos).
Por Expaña, todo por Expaña.
     Pero podemos aprender. En nuestra mano está no caer en los automatismos ideológicos y poder debatir cualquier tema sin que los profesionales de azuzar lo peor de los demás para mantener su ‘profesión’ y estatus se lleven el gato al agua. Creemos otro automatismo antídoto: cuando veamos y leamos a alguno de estos viscerales exaltados con las opiniones tan claras y el personaje bien calzado, aludiendo a todo tipo de reclamos sensibles y grandilocuentes causas, situémonos automáticamente en un lejano espacio psicológico, donde cada veleidad emocional de este tipo sea puesta en cuarentena ipso facto. Así conseguiremos que nuestro país no se convierta en un Real Madrid-Barça, ni en un Betis-Sevilla.
     De odiar, odiaría los nacionalismos con todas mis fuerzas. Pero todos, el español, el catalán, el de Cogollos del Obispo, el gay, el empresarial, el neoliberal. Todos, porque no olvidemos que el totalitarismo nacionalista no se reduce a cuestiones culturales y fronterizas, el planeta entero está amenazado por el nacionalismo empresarial o feudalismo económico. No hay nada más estúpido que hacer bandera de la distinción, hinchar la peculiaridad, elevar la diferencia a nivel de virtud y usarla como límite. La otra cara de la misma moneda es el acto totalitario de aniquilar las diferencias ajenas, forzar a los demás al ‘equilibrio’, homogeneizar a golpe de metralletas y centralizar con decretos. La polaridad del psiquismo humano es el abc de la psicoterapia. Por tanto, me niego a que ni una brizna de cualquier paletez nacionalista modifique mi convencimiento de que el maltrato a un animal, y mucho menos para crear espectáculo, es imposible de justificar o tolerar sin caer en todo tipo de contradicciones éticas.
     Dragó, ese que sabe tanto sobre todo que no entiende nada de nada, se ha erigido como el caudillo de leídos y viajados columnistas o polemistas de bolígrafo en mano, que con volteretas culturetas y citas de ‘especialistas’ a lo Ortega y su costumbrismo ilustrado, intentan justificar lo injustificable. Pero lo que más me avergüenza son los demagogos del ‘está feo prohibir’. Todos nosotros hoy en día nos beneficiamos de prohibiciones y aboliciones que en su momento, cuando se hicieron ley, levantaron en muchos ampollas, protestas y argumentos firmemente documentados con bibliografías y todo tipo de ardides académicos. Eso los finos. Los bestias mataron a sus semejantes luchando contra la abolición, por ejemplo, de la esclavitud. Puntualicemos, para esos espontáneos anarko-neoliberales antiprohibicionistas que han salido por todas partes: desde cierto punto de vista lego pero legítimo, legislar se puede considerar perfectamente sinónimo de prohibir. Qué hacemos, ¿no legislar nunca jamás para que los que no entienden por qué se legisla nos acusen a los demás de fascismo? Es preocupante que se empiecen a deslegitimar los parlamentos cuando legislan en contra de nuestros catecismos particulares, a lo Interlobotomía; es peligroso que se levanten tantas cejas, a lo Isabel San Sebastián, cuando las sentencias de los tribunales no son de nuestro agrado ideológico. Obviamente no discuto el derecho que tenemos todos a disentir acerca de lo que sea, sino la delicada costumbre de deslegitimar lo que se nos opone, esta especie de berlusconismo que nos empieza a invadir por la retaguardia, la indecencia de convertir al de enfrente en un Hugo Chávez incompetente a la menor disensión. Tal actitud es la puerta al sufrimiento colectivo, y ya hemos pasado por esto.
     En ocasiones, veo muertos. He oído a hombres inteligentes comparar la muerte de animales por diversión con el sacrificio bestial de animales para la alimentación humana, sin inmutarse lo más mínimo ni mostrar indicio alguno de debate interno, ni percepción de diferencia -lo que no quita para que cuando la sociedad esté preparada, haya que meterle mano a tales asuntos, desde luego-. En ocasiones, veo fantasmas. He leído que el acto taurino es justificable porque es una costumbre, o una seña de identidad nacional, o luce mucho el rito; he leído que no se puede prohibir esto porque otras cosas no se han prohibido aún, también que el toro está en el planeta Tierra para que lo toreen, aunque no encuentro el capítulo del Viejo Testamento donde Yavéh establece tal edicto.
     Señores defensores de la Fiesta Nacional de algunos: sepan hacer suyas a rajatabla todas las grandezas guerreras y noblezas de casta que atribuyen al toro de lidia. Ustedes están siendo toreados, y de su raza depende que sea un espectáculo brillante, lleno de rituales y atavismos. ¿Les duele? Lo sé, pero no pueden quejarse: estaban destinados a que las banderillas les rompieran los músculos del cuello y que sólo pudieran ustedes embestir hacia el frente, llevándose por delante todo aquello que destaca y se mueve. El primer matador de la corrida les ha metido una estocada brutal: de ustedes depende que sea mortal y puedan dejar de sufrir, de vomitar sangre en este entorno hostil y descansar en paz, o empecinarse en resistir y que haya que rematarles partiéndoles -democráticamente- la nuca. Encuéntrense con su destino. Mueran con honor. Se convertirán ustedes en parte de la Historia de un país con la evolución como única seña de identidad común y consensuada. O mejor aún, disfruten de algo que ningún toro bravo de media tonelada puede disfrutar: la posibilidad por decisión propia de salir indultados de la plaza y morir de viejos, que parece ser la preferencia de la madre naturaleza para la mayoría de sus criaturas.

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