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Sorry, estoy muy ocupado sacándome una muela, escribiendo una cosa que ya he terminado, yéndome y viniéndome de Jávea, y mil cosas más, y no tengo mucho tiempo para el blog.

Voy a dedicar esta entrada (de entry, oy oy oy) a un fenómeno, en apariencia trivial, en apariencia secundario, si nos ponemos a compararlo con las desgracias del mundo (de éste) y demás enajenaciones planetarias. El otro día tuve un insight. Fue en un autobús. Siempre me ha fastidiado que la gente -de cualquier raza, edad o condición- plante la suela de los zapatos en los asientos de al lado/de en frente del bus, del tren, o de lo que sea. Es algo que siempre me ha superado, aunque en los últimos tiempos he conseguido (a base de autoobservación, no de represión… no empecemos) que este fenómeno para-anormal no me iracunde interiormente hasta el infinito y más allá.

Pero el otro día volví a testificar el episodio, y lo vi como si fuera nuevo, como por primera vez. Se me escapa, se me sigue escapando. Y sé que no es una cosa de la edad, porque se me lleva escapando desde hace décadas. Repito: parece banal, pero el otro día, para mí, tal acto de gilipollez humana supuso ver claramente que vivimos en un planeta de gente medio dormida, o medio despierta, según el nivel de optimismo. Esto también lo sabíamos, pero así, en fresco, pues enfría un poco. ¿Qué le lleva a un presunto homo sapiens a decidir que la mierda de la ciudad que recoge en la suela de sus zapatos, botas, etc. tiene que ir a parar a los asientos que otras personas usarán, y en los cuales descansarán confiadamente sus limpias posaderas? ¿Cómo es posible? ¿Pero qué pasa –o no pasa- por sus cabezas? Muchos me dirán: bah, es una cosa de los jóvenes, en plan rebelde y tal. Y yo digo: no. Y otro muy inteligente que conozco (y "espiritual") me diría: "para Comprenderlo trata de ver qué acto cometerías tú análogo a ese, porque siempre hay" (qué verdad más verdadera).

En fin. Limpiarse la mierda de los zapatos en asientos ajenos ciertamente puede ser una actitud adolescentoide, pero ahí viene el insight: este es un gesto de inconsciencia, dejadez, ego-ismo-centrismo-latría que se ve por doquier a cualquier escala, es un gesto global, arquetípico y repetido en mil diversos formatos por doquier, en la ventanilla del banco, en la ONU y en el mercadillo de Cogollos del Obispo. Y la chavalita de mecha irregular y pantalón con trabilla a la altura del clítoris, igualmente, se pone la música (por llamar algo al tecnoreaggetón poligonero) en el altavoz abierto del "celular", con esa calidad sonora legendaria de los altavoces de los teléfonos móviles, para que el resto del bus nos deleitemos. Y una señora de 60 no pone los pies en el asiento, pero hace cosas análogas todos los días, y probablemente peores. Y China mata a la gente en las cárceles. Es igual. “No se puede comparar”, no, no se puede, pero sí se puede. Y la gente se salta los semáforos. Y cada vez más.

¿Oh tempora, oh mores? Mmm. Quizá esto sea como el cuento de Pedro y el Lobo (no el de Prokofiev, quitémonos los sombreros), sino el clásico cuento de que "todo cuela... hasta que deja de colar". Todo resiste, hasta que deja de resistir. Todo va, hasta que vuelve. La inconsciencia en este planeta tiene los días contados. Os doy mi palabra. Y mi átomo de granito de arena pienso poner...


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