LA CADUCIDAD, ACEPTADA, LIBERA


Hace mucho, mucho tiempo, tuve un alter ego. Si nos pensamos que la vida de ficción es ficción, es que no sabemos nada sobre la ficción, y lo que es peor, menos aún sobre la vida, pura ficción que se autodenomina real. Mi alter ego se llama Angíbal Plauco Agésilas, y sabe más de mí que yo mismo, lo cual no es nada del otro mundo, si no fuera porque precisamente es de otro mundo. Últimamente Angi está retornando a mi vida, la creación de este blog le ha servido de reclamo, es como si lo hubiera estado esperando para aparecer de nuevo en toda su belleza. El caso es que Angíbal, cuyas proporciones clásicas van más allá de la proporción áurea en sí misma (un día os lo describiré físicamente), suele tocarme las narices de una manera que sólo puedo definir como etérea: me planta en la cara, con una languidez exquisita y una medio sonrisa brillante, esa que nos hace perdonarlo todo por promanar de una embajadita del Sol, todo lo que no soy capaz de decirme a mí mismo.
Y ahora me salta con... "veo que nunca escribes nada sobre el deseo y el sexo", yo contesto que... "hombre, es que esto lo lee todo el mundo..." (juas) y tal y tal, y como suele suceder, mientras hablaba me di cuenta yo solito de mi propia mentira. Vale: me da miedo pero sobre todo pereza.
El deseo y el sexo, en equipo, son como las ruedecitas de las jaulas de los hamsters. Piensen sobre ello a todos los niveles, y así me ahorraré explicar la metáfora.
Acepto el reto, un poco, y he decidido "postear" un pequeño texto sobre el deseo más reconocible: el deseo sobre (contra, realmente) la carne joven. Por algo se empieza. Ah, no quiero ser repelente, pero lo que sigue a partir de ahora, aviso a navegantes, es material registrado (copyright, vamos), lo merezca o no.

LOS YOGURES

"El niñato es Un Problema Mono, que hace cosas no porque quiera o lo necesite, sino principalmente porque puede. Es experto en rehuir situaciones comprometedoras en las que intuyen que no darán la talla, y potenciar len cambio as situaciones que los ensalzan; en cambiarse de camiseta en mitad de la sesión sin que se les vea un centímetro del torso más del previsto; decir lo primero que se les venga a la cabeza -que no es ninguna virtud-; comer lo que les da la gana; y ser invitados a cosas sin que les parezca raro.

El verdadero inconveniente de fondo del yogur, aparte de la fecha de caducidad y de que como todos los postres es en realidad prescindible, y que estropea la digestión de la verdadera comida, no es que sea una “mentira andante” sino la inaudita legión de adultos que se creen la mentira. A no ser por estos mendigos sexuales creyentes, más bien beatos, los yogures estarían al descubierto y en su sitio, o desacreditados, si procediera. Serían aprendices y estarían más respetuosamente callados, dispuestos al humilde servicio como los niñatos griegos o los padawan de Star Wars.

Mucho más interesante que el Yogur arrebatador de anuncio de ropa americana o sauna-chat de media tarde, es el post-yogur. El que de adolescente -y un poquito más hoy en día- fue un efebo viscontiano, quizá algo más masculino, que rompió moldes, corazones y esquemas e hizo altares de todo lo que se tiró o no quiso tirarse, pero al que luego le atropelló el metabolismo, el trabajo, la escasez, el desamor, el exceso o ausencia de pelo, el agotamiento, la desilusión o simplemente, el tiempo. Para qué hacer más astillas de la leña del árbol caído. Sólo recordemos lo que decía un gran iluminado, Charles Chaplin: “
el tiempo es el mejor autor, siempre escribe el final perfecto.

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