EL DESEO
Artículo redactado a demanda de mi nieto.
El ser humano es una entidad dual en varios sentidos de la palabra, pero en lo que al deseo se refiere se sitúa entre dos polaridades: la animal y la supra-humana. En otras palabras: el Hombre es eso que se debate entre lo divino y, digamos, lo mamífero. En este aspecto, y aunque muchos se escandalicen, no es más que un primate hiperdesarrollado (e hiperarrogante, en consecuencia). Su posición “entre dos tierras” viene confirmada y a su vez retroalimentada por la aparición de “la identidad”, o del “ego”, o de esa cosa que solemos llamar -a menudo ensalzándola- “la individualidad”.
En el estatus inferior, que algunos incultos llamarían animal, existe cierta “individuación”: hasta una ameba es distinta de otra, pero no existe el sentido de individualidad auto-consciente, eso que usualmente conocemos como “yo” y que la historia humana glorifica y promueve como el mayor estatus al que alguien puede acceder: la sacrosanta persona. Sin embargo, más allá del individuo autoconsciente hay más estatus vitales accesibles (y visto lo visto por qué no decirlo, deseables y necesarios). Igual que hay vida por debajo, la evolución -por mucho que se empeñen algunos- no termina en lo humano, hay vida por encima, hay más cosas más allá del estatus de humano individual ego-céntrico, hay otros estatus en los que los conceptos como “yo” o "mío" vuelven a desaparecer para dar lugar al “Todo”, "a través de mí", etc.
Desde el organismo unicelular que busca (desea) reconocer el entorno propicio para su supervivencia hasta, pongamos, la imagen arquetípica de unos ángeles haciendo música celestial, el deseo en su forma natural aparece como la fuerza previa y motora de la creación, como la energía misma que todo lo produce y manifiesta. Por tanto hasta cierto punto -metafísico- se puede decir que la Manifestación (el Kosmos, el Todo) es fruto del Deseo. Los hindúes llaman Lila al “juego-danza de Dios”, que viene a ser como el deseo natural de expresión y compleción a nivel Universal (Platón diría a nivel de las Ideas, si no me equivoco).
Por naturaleza, el león “deseará” comerse a la cebrita… y el Maestro iluminado “deseará” ayudar a los seres humanos y “deseará” que dejen de sufrir, y su vida y obra será la expresión natural de ese deseo, igual que es la expresión del Sol iluminar sobre justos e injustos. Repito: en el Orden Cósmico, el deseo es la fuerza motora de la expresión natural, correspondiente a la naturaleza auténtica de la entidad que lo expresa. A este nivel el deseo es perfecto tal y como es.
Por naturaleza, el león “deseará” comerse a la cebrita… y el Maestro iluminado “deseará” ayudar a los seres humanos y “deseará” que dejen de sufrir, y su vida y obra será la expresión natural de ese deseo, igual que es la expresión del Sol iluminar sobre justos e injustos. Repito: en el Orden Cósmico, el deseo es la fuerza motora de la expresión natural, correspondiente a la naturaleza auténtica de la entidad que lo expresa. A este nivel el deseo es perfecto tal y como es.
Pero, ah, el deseo circunscrito al ámbito exclusivamente humano es otra cuestión, que podemos considerar la cara B o el negativo del Deseo Natural. No es la expresión de una Naturaleza, sino la expresión de una Carencia. Entramos en el terreno del deseo artificial, o los deseos que nacen de una mente que se cree autónoma y se haya escindida de la totalidad (lo que viene a ser el mito satánico, es decir: el creerse algo distinto -y generalmente superior- al Todo del que uno procede y del cual depende).
En el ámbito de la individualidad egocéntrica (es decir, la nuestra y la del 99.9% de los humanos con los que nos cruzamos todos los días) la fuerza legítima, natural y arrolladora del deseo se transforma en un instrumento-combustible generalmente puesto al servicio de las carencias intrínsecas del individuo ego-centrado, es decir, una energía muy poderosa que sigue las órdenes, no del cumplimiento de la naturaleza natural, valga la rebuznancia, sino del ansia de mitigar las carencias del momento… ¡o de toda una vida! Da igual que sean estas necesidades de naturaleza “elevada” (el deseo de componer una sinfonía o de ayudar a los demás, en los cuales nos estaríamos acercando por arriba al “deseo divino”) o sean de naturaleza más animal, como comer... o eyacular dentro de algún sitio caliente y húmedo que nos provea a la vez además cierta satisfacción psicológica de conquista y reconocimiento externo (autocomplacencia), a poder ser. Casi todo deseo estrictamente humano, por sutil que éste sea, pertenece al ámbito de la carencia, de la división, de la separación, de la insatisfacción; es lo limitado expresando -de mejor o peor manera- la búsqueda de lo ilimitado.
En el ámbito de la individualidad egocéntrica (es decir, la nuestra y la del 99.9% de los humanos con los que nos cruzamos todos los días) la fuerza legítima, natural y arrolladora del deseo se transforma en un instrumento-combustible generalmente puesto al servicio de las carencias intrínsecas del individuo ego-centrado, es decir, una energía muy poderosa que sigue las órdenes, no del cumplimiento de la naturaleza natural, valga la rebuznancia, sino del ansia de mitigar las carencias del momento… ¡o de toda una vida! Da igual que sean estas necesidades de naturaleza “elevada” (el deseo de componer una sinfonía o de ayudar a los demás, en los cuales nos estaríamos acercando por arriba al “deseo divino”) o sean de naturaleza más animal, como comer... o eyacular dentro de algún sitio caliente y húmedo que nos provea a la vez además cierta satisfacción psicológica de conquista y reconocimiento externo (autocomplacencia), a poder ser. Casi todo deseo estrictamente humano, por sutil que éste sea, pertenece al ámbito de la carencia, de la división, de la separación, de la insatisfacción; es lo limitado expresando -de mejor o peor manera- la búsqueda de lo ilimitado.
Los deseos (o la represión fundamentalista de los mismos, que es la expresión de otro deseo en sí mismo, el deseo de librarse de los deseos) son el termómetro de la situación conciencial de cualquier persona, de su esfera real psíquica y física, realmente injuzgable para los demás pero evidente para uno mismo si se actúa en la vida con un mínimo de honestidad interior.
Por eso, una de las preguntas más sagradas y definitivas que se puede hacer alguien o a alguien es: “¿qué quieres realmente?”.
Por eso, una de las preguntas más sagradas y definitivas que se puede hacer alguien o a alguien es: “¿qué quieres realmente?”.
BRIHADARAMYAKA, Upanishad IV.4.5"Eres la expresión de tu deseo más profundo. Tal es tu deseo, tal es tu voluntad. Tal es tu voluntad, tales son tus actos. Tales son tus actos, tal será tu destino."